Pero llega el día en que, aburrido y sin tener absolutamente nada que hacer, decido ponerme las zapatillas, vestirme de crudo invierno, Cicatriz en el mp3, y armándome de valor con tan bajas temperaturas recorro unos durísimos e interminables 7 km en terreno totalmente llano.
No puede ser. Vuelvo a disfrutar corriendo y decido alargar este estado de gracia en días sucesivos. Pues sí, sí puede ser. Esta sensación de alegría va en aumento, en proporción a los km que me va pidiendo el cuerpo. En cuestión de semanas, y controlando las sesiones, llega el día en que sin darme cuenta mis zapatillas han soportado los impactos que tienen cabida en 20 km. Y lo más importante, mis pulmones no sienten la necesidad de salir a oxigenarse. Están muy cómodos en su lugar, pero me hacen llegar una petición: piden aire caliente, no éste que nos rodea estos días a 0ºC. Como he dicho alguna vez, duele respirar.
Lugares emblemáticos, singulares por su belleza, ligados a la historia, a las leyendas, a la mitología... o simplemente por estar ahí, son retratados haciendo un breve alto en mi camino. Todo aquel que ame a su tierra me entenderá perfectamente.
Gracias a ellas, he recuperado la alegría por esto que se llama correr por la montaña, y me están permitiendo, además de conocer zonas que no tenía el placer de haber visitado antes, aumentar paulatinamente el volumen de km. Supongo que esto me vendrá bien de cara a futuros objetivos que me empiece a plantear.
Ya se sabe que la vena competitiva nunca desaparece, y aunque sólo sea una vez al año, ésta hace acto de presencia y sirve para mantenernos despiertos y motivados día a día. Si llega este momento, ya se verá si, tras lograr el verdadero premio que no es otro que cruzar la meta, giro el cuello y echo una miradita al cronómetro.